← Volver a la Biblioteca
Portada del relato

Silencio en la nada

"Silencio en la nada es un viaje íntimo por los rincones más silenciosos del alma. Una historia sobre el amor, la pérdida y los pequeños gestos que nos mantienen unidos incluso cuando todo parece desvanecerse. En un mundo donde el ruido lo cubre todo, hay silencios que dicen más que mil palabras. Este relato, cargado de melancolía y esperanza, invita al lector a detenerse, a escuchar, y a sentir aquello que a veces olvidamos: la ternura de lo simple, la fuerza del recuerdo y la fragilidad de lo que somos cuando amamos de verdad."

El peso del silencio La casa respira, aunque ya nadie lo nota. Por las mañanas, el sol entra tímido, se detiene en el pasillo y parece dudar antes de avanzar. Hay polvo flotando en el aire, partículas lentas que se mueven como si tuvieran miedo de romper algo.

Hace semanas que no enciendo la radio. Al principio lo hacía por costumbre, para no sentirme solo. Pero ahora el silencio se ha vuelto una costumbre más. Me acompaña sin pedir permiso.

Hago café. Dos tazas. Siempre dos. La segunda se enfría sobre la mesa, como si esperara a alguien que se ha retrasado demasiado. A veces la miro hasta que el vapor desaparece. Entonces entiendo que no era el café lo que esperaba.

En la mesa tres sillas. Siempre hubo tres. No puedo decidir cuál sobra. Si quito una, parece que borro un recuerdo. Si las dejo, el hueco se hace más evidente.

En el suelo del pasillo, una cuerda roja. Pequeña, gastada, con un nudo mal hecho en un extremo. No sé por qué sigue ahí. Tal vez porque no me atrevo a tocarla. Tal vez porque me da miedo que al hacerlo todo esto deje de ser real.

Su olor sigue en la casa. Dulce, leve, a jabón de fresa. Algunos días abro las ventanas para dejar entrar el aire. Otros, las cierro de golpe, con miedo a que el viento se lo lleve del todo.

No sé cuándo fue la última vez que dormí bien. A veces despierto a medianoche y escucho. No al silencio, sino a lo que hay debajo. Ese zumbido casi imperceptible, como si la casa murmurara algo que no alcanzo a entender.

Ella solía decir que la casa tenía alma. Que las paredes guardaban los secretos de quienes las tocaban. Quizá por eso no me he mudado. Porque si me voy, todo esto deja de tener sentido. No es que el silencio me moleste. Es más bien que ya me conoce. Se sienta frente a mí, me observa, y espera.

Antes creía que el ruido llenaba las cosas.

Ahora sé que el silencio también puede hacerlo.

Solo que duele más.

Leer el relato completo